Comentario
Ignoramos cómo se produjeron los acontecimientos que pusieron fin a la dinastía de Kish. Tampoco podemos atisbar las fuerzas que contribuyeron al ascenso de un hombre nuevo, un usurpador llamado Sargón (Sharrukin), rey legitimo, que habría de fundar una dinastía con control sobre toda Mesopotamia, en la que se suceden cinco monarcas que transmiten el poder, en general, por vía paternofilial. Tras construir una nueva capital en Agadé, no descubierta todavía, lanzó su ejército contra Súmer, donde hacía poco que Lugalzagesi había impuesto su autoridad dando fin a la larga lucha por la hegemonía.
Sargón era de estirpe semita, posiblemente uno de tantos que habían ido entrando en oleadas sucesivas desde épocas remotas y que habían participado en la vida económica y social del territorio sumerio, aún sin pertenecer al grupo de la oligarquía dominante. La presencia de semitas era más densa hacia el norte. Así, Mari, en la gran curva del Éufrates, era totalmente semita, mientras que Kish estaba en el límite del predominio étnico sumerio.
Tras la victoria sobre Lugalzagesi, Sargón decide consolidar las rutas de abastecimiento de su reino, lo que en definitiva va a conducirlo a una nueva etapa esencialmente militar, destinada al control electivo de las fuentes de abastecimiento: Elam, dominado por la dinastía de Awan, va a sucumbir ante Sargón; Ebla va a ser el objetivo de otra campaña y así sucesivamente, lo que le permite proclamarse rey de las cuatro regiones, equivalente a rey del universo. Su propaganda política es de tal magnitud que se convierte en modelo de monarcas, de ahí la copiosa información que poseemos para rastrear su historia.
Aparentemente, la imposibilidad de integrar y controlar todos los territorios de forma efectiva provoca una inestabilidad cuyas consecuencias empiezan a percibirse al final de su reinado y serán decisivas para el gobierno de sus sucesores. El primero de ellos, Rimush, se ve obligado a aplastar la sublevación de algunas ciudades sumerias instigadas por Elam. Poco más sabemos de él, al margen de que según parece fue asesinado en un complot palaciego. Le sucedió su hermano Manishtusu, que tuvo que sofocar, de nuevo, una revuelta de Elam. El éxito militar le permitió afrontar grandes tareas constructivas, pero nada impidió que su final fuera, al igual que el de su hermano, violento.
El más importante de los sucesores de Sargón es su nieto Naram-Sim, que será también modelo para monarcas posteriores. Con él el Imperio Acadio alcanza su máxima expansión y él mismo se proclama divino. Sin embargo, al comienzo de su reinado tiene que aplastar una sublevación generalizada que lo lleva de Susa a Ebla y quizá al Mediterráneo y del Golfo Arábigo a las altas tierras de Anatolia. No obstante, antes de morir se ve obligarlo a firmar un tratado con el rey de Awan, primer síntoma de una debilidad aún no evidente.
El Imperio bajo Naram-Sin parece gozar aún de prosperidad, y no es fácil explicar la súbita descomposición que se produce bajo el reinado de Sharkalisharri (2217-2193), incapaz de hacer frente simultáneamente a todos los problemas fronterizos. En este sentido no parece superfluo que su título sea el de rey de Acad y no ya el de rey de las cuatro repones como sus predecesores. Tras su muerte, en plena desintegración surgen algunos reyes de los que no conservamos más que un nombre, el de Shu-Turul. Después tiene lugar el golpe final asestado por los guteos, gentes procedentes del Zagros que aprovechan la debilidad del estado central para enseñorearse en algunas ciudades. Ignoramos las razones por las que se produjo el ataque, pero seguramente no es ajeno a él la actividad económico-militar desarrollada por los reyes acadios en la región del Zagros y, por otra parte, la debilidad estructural en que se había sumergido el imperio.
El imperio de Acad ejerce su autoridad sobre un territorio relativamente amplio que cada monarca tiene que reconquistar, pues no constituye una entidad política consolidada. En su seno se aglutinan comunidades muy dispares, lo que obliga a una acción política diversificada según cada región, pero con una evidente tendencia a la homogeneidad, de ahí el desarrollo urbanístico en regiones no articuladas en torno a la ciudad, como por ejemplo en el valle del Khabur, donde se erigió el magnífico palacio de Tell Brak, o en el del Diyala, con el santuario de Tell Ashmar (antiguo reino de Eshnunna). El dominio sobre las ciudades garantiza el control económico de todos los territorios sometidos, a los que se impone una carga tributaria. La fuerza militar garantiza el pago de los impuestos y, además, es el instrumento para obtener otro importante medio de financiación del estado, como son los botines conseguidos como consecuencia de las guerras. Éstas deben ser consideradas, pues, como mecanismo eficaz para la captación de riqueza, lo que explica su persistencia y la consolidación del aparato bélico, que evoluciona de la pesada falange sumeria hacia unidades tácticamente más ligeras. El ejército es, pues, el fundamento del poder real, con el que se logra el triunfo definitivo de la estructura palacial.
Las antiguas unidades estatales ahora sometidas son convertidas en provincias, al frente de las cuales se encuentra un gobernador, "ensi", encargado de asegurar la correcta percepción de los impuestos y garantizar la producción, para lo cual se tiene que responsabilizar del funcionamiento de las infraestructuras. En el núcleo del estado, la imagen del rey como constructor está íntimamente relacionada con el ejercicio productivo, del que se convierte en símbolo evidente. Por lo general, estos gobernadores son acadios, allegados del rey, pero en ocasiones los dinastas locales se convierten en gestores de los intereses del estado y ocupan así una posición privilegiada en las relaciones con el poder central. En el rey confluyen todas las riquezas, él las transforma en bienes raíces, hasta convertirse en el máximo propietario agrícola y por tanto el que más trabajadores dependientes posee, en bienes muebles, que hacen pública su inalcanzable distancia del resto de los mortales, o las transforma en dádivas, bajo la forma de regalos o tierras, a sus súbditos más cercanos, con lo genera un juego de relaciones de dependencia política y social en virtud de la privatización de los medios de producción, que garantizan la estructura piramidal de la que él es el máximo beneficiario, aunque transmite la imagen de que trabaja para el bienestar colectivo.
Por lo que respecta al templo, sigue teniendo un enorme peso específico desde el punto de vista económico, como centro de captación de excedentes generados en la producción agrícola, lugar de transformación de materias, es decir, vinculado a la producción artesanal, y elemento capilar en la contribución tributaria.
Este sistema tributario supone una experiencia nueva en la historia próximo-oriental, pues se superan las dimensiones de la ciudad y se establece un nuevo marco en las relaciones económicas, sociales y políticas, con una proyección extraordinaria en el tiempo. La ruptura con el marco de la ciudad no va emparejada con una ruptura cultural, pues Acad es heredera y beneficiaria del desarrollo cultural experimentado en el sur mesopotámico desde la época de los grandes inventos en el periodo de Uruk. En el ámbito ideológico hubo un esfuerzo, no siempre logrado, por aparentar el máximo respeto por la tradición religiosa sumeria. Por ello no cabe hablar de un enfrentamiento cultural entre semitas y sumerios, habida cuenta, además, de la participación semita en la gestación de lo que denominamos cultura sumeria. Quizá la novedad más destacable de Acad sea la incorporación de un sistema tributario en el entramado de las relaciones sociales mesopotámicas. Sin embargo, este tipo de explotación genera una relación dialéctica con los dominados que se ven sometidos a una presión multiplicada. Esa situación puede ser aprovechada por ciertos elementos de posición ambivalente en las tensiones centrífugas y centrípetas, como los templos o aristócratas locales, para liderar revueltas y las tendencias independentistas cada vez que el poder central manifieste debilidad, por ejemplo, a la muerte del monarca. Es precisamente ese contexto de tensión dialéctica entre el centro y la periferia el que va a dominar en el período que va del fin del imperio de Acad hasta el advenimiento de la III dinastía de Ur.